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Por Jaime Malvido
Victorious es un disco hecho a modo de concierto, déjenme que lo explique.
La situación empieza intensa, esperas con la cerveza en la mano y cuando suena el primer riff corres hasta llegar a la primera fila. “Mira tío, son los guolfmader”, exclamaría con cara de enamorado y querer esperarles en el backstage.
Siguen con ‘Victorious’, el corte que da nombre al disco y a la vez el single. Es la canción que se sabe todo el personal, el estribillo aumenta los decibelios del recinto del concierto y ya estamos todos contentos, los que les gusta menos pueden volver a la barra del bar y los que quedamos estamos completa e irremediablemente enganchados.
Llega la tercera canción, la lenta, la que pega el bajón, intentas cantarla posiblemente con el dedo arriba señalando al guitarra o al bajista o al que te pille en frente. Repites “tonight, tonight” porque es lo que te sabes del tema. Si les veo en directo este será el momento en el que, seguramente, cierre los ojos y me acuerde de ese amor platónico que he visto tres filas más atrás. El concierto sigue, de repente se convierten en Mumford and Sons y cantan una moñada. Suerte que se pasa rápido.
Después vienen otras cuatro canciones que suenan al grupo pero que nadie se sabe. Bailas, cantas y quizás intentas hacer un pogo porque ya te has cansado de hacer solos de guitarra en el aire. Son las clásicas canciones de relleno con las que acabas conectando a través de la típica estrategia del acoso y derribo. Una vez ya asimiladas, y cuando no las puedes sacar de tu cabeza, se convierten en un completo éxito.
Aparece el momento homenaje, doy uso de la palabra homenaje por no decir copia. El noveno tema, ‘Happy Face’, suena a una mezcla de ‘Paranoid’ de los Sabbath y de ‘Good Times Bad Times’ de los Zeppelin. Con esperanza confío que haya sido una canción para mostrar sus influencias porque suya del todo no parece…
Y por fin llega la última canción del concierto que resulta ser su trabajo ‘Victorious’. La última canción de todo concierto siempre es en la que realmente llega el clímax, y en este compacto no es menos. Después de 30 minutos llega ‘Eye of The Beholder’ y suena un rasgueo que seguramente sabrías reconocer en un bar, digno de aquel primer disco llamado ‘Wolfmother’ que hizo que nos enamoráramos de estos jovenzuelos australianos. Acaba el concierto, aplaudimos, y nos vamos habiendo pasado una buena velada.
En definitiva, vuelve a saber a Wolfmother gracias a que su sonido lo sigue sosteniendo la figura de Andrew Stockdale. Han sido un poco vagos, tras dos años de descanso musical podían haber creado algo más que 35:28 minutos de disco, aún así, deja satisfecho al que lo escucha. Un trabajo muy por encima del panorama actual pero lejos de su contagioso primer trabajo. Mucho les está durando la renta de ‘Woman’ o de ‘Joker and The Thief’…y ojalá siga así, por los siglos de los siglos.
Fuera de lo musical y como nota a destacar, la portada es digna de admirar en formato vinilo por eso de verla a gran escala, la contra portada hippie le pega más a los multiculturales Osibisa que al aussie Stockdale.