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En medio de esta vorágine de remakes, evocaciones vintage y artículos sobre el reencuentro de Chenoa y Bisbal fui el otro día, con mucho retraso, a ver Sing Street. John Carrey nos presenta a un grupo de chiquillos que, al estilo de Linklater, descubren peinados y formas de vida al ritmo de The Cure o Joy Division.
Lo hice bajo la convicción de que merecería la pena aunque únicamente fuese por la música; a fin de cuentas, me dije, esta sobreexposición al pasado no sólo está sirviendo para llenarnos el muro de Facebook de gifs con paredes, abecedarios y luces de Navidad, sino también y sobre todo para devolvernos en todo su esplendor a The Clash y hacernos tararear incansablemente Should I stay or should I go. Y eso está muy bien.
Por eso es una pena que no se aproveche como podría. Porque aunque es precisamente lo que intenta el director irlandés, en esta enésima vuelta al pasado la mayoría de elementos se tambalean al sostenerse exclusivamente en un ejercicio de amor hacia otros tiempos y ni siquiera Duran Duran consigue mantenerlo a flote. La utilización del tan infravalorado videoclip como elemento narrativo es potente y es una agradable sorpresa que podría haber salvado el barco, aunque lamentablemente queda desaprovechada en unas pocas escenas como esta. Michel Gondry tendría algo que decir al respecto.